miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mi cardenal colorado

En una de mis vacaciones escolares en el campo de mis tíos, producto de la caza de mis tramperos, me traje dos hermosos cardenales colorados que coloqué en una pajarera grande que mi papá me había construido en un costado del patio de mi casa. Esta pajarera estaba emplazada sobre piso de tierra junto a un tapial de ladrillos que marcaba el límite de mi casa con la vereda. Tenía techo de chapas que yo había pintado de color verde y los tres lados restantes estaban cubiertos con tejido fino especial de color plateado. Allí colocaba mis aves en cautiverio, había cardenales, varios ejemplares de jilgueros, reinamoras, diamante mandarina, loritos multicolores y hasta un yunta de chororoes y Juan soldado entre otros ejemplares. Mi exposición de aves en cautiverio se completaba en jaulas individuales con un cardenal amarillo y una familia bastante numerosa de canarios amarillos, flautas y rosados.

Una tarde luego de dos días de mi regreso del campo en esas vacaciones, llegó a mi casa mi tío Mario con dos pichoncitos de cardenales colorados muy pequeñitos comenzando a emplumar. Del relato que mi tío hizo sobre el hallazgo de las avecillas, se desprendía que eran pichones de los cardenales apresados por mis tramperos días atrás. A pesar de mi niñez, aquella imagen de los pichoncitos que con mi accionar había dejado huérfanos, desamparados y expuestos a una muerte segura, provocó en mi ánimo un profundo estado de angustia y tristeza pero que ya no se podía remediar. Mi primer reacción fue introducirlos en la pajarera grande donde estaban en cautiverio sus padres pero por miedo a que éstos los rechazaran o desconocieran decidí colocarlos en una pequeña jaulita y criarlos guachitos.

Al otro día, uno de los pichoncitos amaneció muerto y el otro que no había dejado de piar toda la noche, se mostraba hambriento. Con la ayuda de mi abuela Margarita que vivía con nosotros, le preparé su primer comida: carne roja apenas cocinada que el “bebe” cardenal devoró gustosamente.
La dieta se completaba con migas de pan humedecido con leche, yema de huevo hervido y a medida que iba creciendo, le agregaba maíz muy finamente pisado y semillas de mijo que comía al compás de un fino silbido que yo improvisaba como queriendo reemplazar el llamado de sus padres. A los pocos días el pichón estaba completamente emplumado y con un pintoresco y erguido copete marrón. (Hay que decir que antes de ser adultos las primeras plumas del copete colorado de los cardenales son de color marrón).

El cardenal creció y su copete bien rojo fue. Trinaba de día y a la noche cuando se prendía alguna luz, en ocasiones imitaba el silbo cuando de pichón lo llamaba a comer. A veces directamente respondía a mi silbo.

Pasaron tres años y acaso la historia se repetía. Un muchacho de la “cinco esquinas” que sabía de mi entusiasmo por los pajaritos en cautiverio, un día pasó por mi casa a vender un pichón de cardenal en su propio nido...al ver mi cara mi mamá se lo compró. Sin perder tiempo, ya con mi experiencia de criador, lo coloqué en la misma jaulita donde creció “chiví” (así había bautizado al guachito cardenal). Ya no estaba mi abuela así que la dieta para el nuevo criado la preparé yo solito.
A la jaulita con el nuevo pichón la colgaba a escasos dos metros de la jaula del cardenal, quizá y sin darme cuenta, estaba colocando frente al ave maduro su propia historia. De repente un buen día el cardenal adulto empezó a entristecer, no se oía más su dulce y ensordecedor trinar, observé que no comía y en silencio se pasaba todo el día acurrucado sobre la rama que atravesaba el largo de su casita de alambre. No entendía que le sucedía. A mi llegada de la escuela pasaba horas acariciando su hermoso y suave plumaje gris azulado de sus alas y no me rechazaba a picotazos como acostumbraba hacer cada vez que introducía en su jaula mi mano. Al cabo de tres días el guachito cardenal murió.

Me dijeron después que los cardenales criados guachos son muy celosos de sus amos...y como que no aceptan otra cría del mismo linaje en sus “dominios”.

Pasaron varias semanas y el nuevo pichón creció como había crecido “chivi” y cuando su copete rojo fuego denunciaba su adultes, una mañana con la jaulita bajo mi brazo derecho monté mi bicicleta la cual pedalee hasta llegar al monte mas cercano del pueblo. Me detuve frente a unos florecidos aromitos y espinillos, lentamente abrí la puertita de la pequeña jaula y esperé su libertad. No demoró en salir el cardenal. Primero ensayó un corto y muy complicado vuelo, más que vuelo un aleteo desesperado, hasta llegar a las ramas mas bajas del primer árbol. Allí se quedó un buen rato picoteando la rama donde se había posado, desplumándose con su pico y, de vez en cuando, observaba su alrededor. Yo, que desde un costado del camino paralizado por la emoción jamás vivida, no quitaba mi mirada de su figura, de repente un nuevo aleteo y el cardenal estaba en la cima del árbol. Escuche un corto gorjeo y el último vuelo vi introduciéndose en el interior del monte.

Monté mi bicicleta y lentamente comencé a desandar los tres kilómetros y medio camino de regreso a mi casa.-

mis vacaciones en el campo

Mis padrinos de bautismo fueron mis tíos maternos: Blanca, media hermana de mi mamá y Mario, su esposo. Mario era un pequeño productor agrícola de la “La Blanca” colonia que dista a 13 kilómetros al oeste del pueblo “La Criolla”. Allí pasaba mis vacaciones escolares: una semana en julio y quince o veinte días en enero. En invierno no tenía mucho tiempo pero en verano mis días en el campo eran bastante agitados. Me despertaba con el primer canto de un gallo (cinco de la mañana), medio colorincho de cogote pelado que dormía entre las ramas de un naranjo cerca de la ventana del dormitorio asignado para mi, me levantaba y súbitamente me dirigía al corral (unos cincuenta metros de la casa) donde decenas de vacas esperaban ser ordeñadas. Me gustaba presenciar el espectáculo de ordeñe de las vacas mientras esperaba el llamado de un primo ordeñador que me entregaba en un tachito de lata los primeros litros de leche que yo le alcanzaba a mi tía para el preparado del desayuno.
En una cocina a leña, mi tía cocía la leche hasta su primer hervor que luego cortaba con café, y no sé que le agregaba, dándole un sabor particular que era muy ambicionado por mi. El desayuno se completaba con pan y manteca casero, a veces dulce de leche y en ocasiones, chorizos de la última carneada. ¡¡¡Viva el colesterol!!

Una vez desalojadas las vacas del corral- yo le abría la tranquera- y tomado el desayuno, acompañaba a mi primo (él me dejaba manejar la chata tirada a caballos) hasta la cremería donde se entregaba el producto del ordeñe diario.

Al regreso de la cremería, nueve de la mañana aproximadamente si no había que hacer compras en el almacén de ramos generales del pueblito de la colonia, colocaba en algún lugar estratégico el cilindro de tejido que yo utilizaba para cazar pajaritos y los dos tramperos de cardenales que los recorría después del almuerzo y antes de la obligada siesta.
A la tarde, en ocasiones acompañaba a mi primo o tío en algún quehacer en el campo como arar o algún recorrido rutinario a caballo por el mismo. Y llegada la tardecita hacía mi último recorrido por los tramperos de pajaritos a recoger las aves prendidas y retirar los elementos de caza que volvía a colocar al día siguiente.

si quieres escucharnos...

Todos los viernes a partir de la medianoche en LT10 Radio de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, hacemos “Entre remolinos de tierra...historias de pueblos olvidados”. En dicho micro que se emite en el programa ¿Escuchan...en el fondo?, intentamos pincelar de la mejor manera las “mil y una” historias de cientos de pueblos y de su gente de la provincia y el país entero.
Si estás lejos del alcance de nuestra emisora (o en el exterior) puedes escucharnos vía Internet en la siguiente dirección: lt10digital.com.ar

dos nombres para mi pueblo

Mi pueblo natal se llama “La Criolla” aunque también se lo conoce con el nombre de “Cañadita”.
Cuenta la historia que para fines del siglo XlX y principios del XX esas tierras estaban subdivididas en estancias para su mejor administración. Entre los años 1900 y 1920, Una compañía bancaria con base en Buenos Aires compra esas tierras formando lo que se conoció como “Compañía La Criolla SA Rural e Industrial” que a partir de 1923 inició un proceso de mensura fraccionando las tierras en pequeñas parcelas desde 100 a 150 hectáreas cada una aptas para la producción agrícola, dando –de esta manera- comienzo a importantes colonias.

En 1927, un inmigrante italiano, Nicolás Nitri, funda el pueblo tomando para si el nombre de la compañía allí emplazada. Cañaditas era el nombre de una estancia (rodeada de cañadas- de ahí su nombre) de la otrora subdivisión donde, en su parte oeste, se efectúa el trazo del nuevo pueblo que se llamará La Criolla.
La estación de trenes del antiguo ferrocarril Santa Fe, después ferrocarril General Belgrano, perteneciente a la línea Santa Fe- Reconquista y luego Resistencia, que se puso en funcionamiento en el año 1889, en un primer momento fue designada con el nombre de “Kilómetro 165” por ser esta la distancia entre el antiguo paraje y la ciudad de Santa Fe. Mas adelante la estación pasa a denominarse “Cañadita” hasta la desaparición final de los ferrocarriles argentinos en la era menemista de los años 1990/99.

En la actualidad, La Criolla- o también Cañadita para los vecinos con mas edad- tiene un poco mas de 2.000 habitantes y bajo su jurisdicción comunal se encuentran las colonias de “La Blanca”, “El Pantanoso”, “Ovejitas” y “La Argentina”.

martes, 20 de noviembre de 2007

Quién soy..de dónde vengo...

Me llamo Néstor Alessio y soy oriundo de un pueblo que se llama La Criolla. El mismo está situado sobre la RN11 y dista en dirección norte a 170 kilómetros de la ciudad de Santa Fe.
Este pueblo de poco más de 2.000 habitantes, fue fundado por un inmigrante italiano, Nicolás Nitri, en el año 1927 aunque oficialmente sus planos fueron aprobados dos años después.

El origen de mi apellido paterno, Alessio, es italiano de la provincia de Udine en la región de Friuli-Julia-Venezia, noreste de la península itálica. Mi apellido materno, Sánchez, es de origen español de la provincia de Zamora región: Castilla La Vieja.

En la actualidad vivo en la ciudad de Santa Fe.-

lunes, 19 de noviembre de 2007

mipuebloyyo

Mi pueblo y yo sintetiza la idea de hacer conocer los pueblos de la provincia de Santa Fe y la Argentina que han quedado en el olvido. Un olvido que nada tiene que ver con la memoria colectiva de la gente sino de políticas orientadas a un desarrollo laboral que tienda a detener la emigración constante de éstos a las grandes urbes donde tampoco consiguen lo que vienen a buscar y en su mayoría terminan engrosando las villas miserias.
Mi pueblo y yo: "Entre remolinos de tierra...historias de pueblos olvidados" en radio LT10, Radio de la Universidad Nacional del Litoral, en el programa ¿Escuchan...en el fondo? conducido por Eduardo Baumann, los viernes/sábado a la medianoche.
Los espero...pueden llamar (0342) 452 0187.
Un abrazo.
Nestor.-